"Creo que he perdido la primavera",
grita Sara, de cinco años. Está en clase, en el colegio público Teresa de
Calcuta de San Sebastián de los Reyes (Madrid). Mientras revuelve en una caja,
tiene frente a sí tres fotografías de un mismo paisaje: una tomada en verano,
otra en otoño y otra en invierno. Efectivamente, falta la primavera, así que
Sara no estaba haciendo ninguna metáfora, pero su inocente comentario enmarca
perfectamente el núcleo de este artículo. A saber: se han adelantado demasiado
los objetivos y los contenidos escolares para niños muy pequeños, con lo que el
segundo ciclo de la educación infantil se co nvierte en una especie de
miniprimaria para unos niños que deberían estar aprendiendo, tal vez, cosas
parecidas a las que les enseñan, pero desde luego de otra manera.
Hay una
presión social para adelantar aprendizajes, dicen los especialistas
Los expertos se quejan sistemáticamente de
esa presión social para mejorar el nivel educativo adelantando contenidos, como
ya señalaba el estudio de Cambridge. Pero ese afán puede llegar a convertirse
en algo contraproducente. "Puede socavar la confianza de los niños y se
corre el riesgo de dañar a largo plazo su aprendizaje", dice el informe. Y
pone el ejemplo de Finlandia, que siempre está en los primeros puestos del
Informe Pisa de la OCDE, que mide las destrezas lectoras matemáticas y
científicas de los chicos de 15 años. En el país nórdico, se centran en la
educación social, física y ética hasta los cinco años, y a los seis dedican un
año a la transición al colegio reglado de toda la vida.
Pero eso requiere un fuerte respaldo social.
Y en España, por el contrario, "hay una presión terrible y enorme para
adelantar la escuela en el sentido de las materias, de leer y escribir, pero
adelantar el aprendizaje formal, lejos de reforzar su voluntad de aprendizaje,
lo que hace es que se aburran sobremanera", dice la presidenta de la
asociación de maestros Rosa Sensat, Irene Balaguer. La portavoz de directores
de escuelas infantiles de la Comunidad de Madrid, Carmen Ferrera, con más de
tres décadas de experiencia, es todavía más tajante: "Mi opinión es que la
lectoescritura no debe empezar antes de los seis años. Todos los aprendizajes
que se fuercen van a estorbar en el futuro".
Incluso la idea, respaldada por muchas
investigaciones, de que la escolarización temprana puede evitar el fracaso
escolar se puede ir al garete si se les mete a los niños mucha presión, asegura
el catedrático de la Universidad de Sevilla Jesús Palacios. Para niños de
entornos más favorecidos socioeconómica y culturalmente no es crucial una
escolarización temprana, pero sí para otros de ambientes más desfavorecidos,
asegura el profesor: "Y es precisamente a estos niños a los que más les
puede perjudicar una escolarización excesiva".
Palacios se queja de que las clases de
infantil están, en general, muy basadas en las fichas, ésas de las que hablaba
Pilar Vara. Las fichas son el equivalente infantil del libro de texto, explica.
Por ejemplo, los niños identifican las partes de un árbol, las rellenan con
distintos colores, reproducen las letras... "Hay una paradoja en infantil:
los chavales están sentados en grupos, más o menos en círculos, pero raramente
trabajan en grupo, sino que, colocados así, hacen un trabajo estrictamente
individual", añade Palacios.
Por supuesto, la cuestión tiene unas raíces
que vienen de lejos. "Tenemos un problema que el sistema británico no
tiene: que la educación infantil fue creada como una extensión hacia abajo de
la primaria, aquí no existía el kindergarten, como en
Alemania, ni la maternal, como en Francia, sino que simplemente, en un momento
dado se empezaba la primaria. Así, el sistema ha ido creciendo de arriba
abajo", dice el catedrático.
Palacios, como Balaguer, Ferrera, Vara y
Cervigón, todos explican que la diversidad de los alumnos, tanto en su desarrollo
como en sus intereses, es tan distinta que parece una tontería intentar enseñar
a todos a escribir o los números. "Hay niños que sienten mucha curiosidad
y escriben su nombre. O los que descubren que en la calle o en los cuentos hay
letras. Estos arrancan de una manera espontánea. Pero hay niños que tienen
otros intereses", dice Balaguer
"Hay que ir a cosas mucho más lúdicas,
con una metodología que les ayude a un desarrollo global", continúa
Ferrera. Pero eso, ¿cómo se hace? La docente pone un ejemplo: arrancar la clase
con una asamblea: "Los niños en círculos empiezan a hablar con el profesor
sobre las cosas que les preocupan, que les interesan, sobre lo que han hecho...
Si resulta que es un día nublado, la maestra tiene que tener la habilidad para
proponerles juegos, dramatizaciones, o simplemente hablar sobre el tiempo y las
nubes".
"Es verdad que la educación infantil
tiene que ser más flexible, menos regulada que la primaria y la secundaria, no
debe existir sobre todo la presión, que es fruto de una presión social. Pero
también es verdad que hay escuelas y profesores que ya lo hacen así",
asegura el pedagogo y director de Cuadernos
de Pedagogía, Jaume Carbonell. Probablemente el colegio
Teresa de Calcuta es un ejemplo. Al menos, Pilar Vara y Marisa Cervigón
insisten en ello. "Nosotras tratamos de ser muy flexibles, por ejemplo,
evitamos todo lo que podemos los textos", dice la segunda.
La tarde para ellas ha sido más o menos
tranquila. Bueno, todo lo tranquila que puede ser alrededor de un montón de
chavales de cinco años. A las tres entraron todos en fila -"Vamos, todos,
el tren", colocó Pilar-, hasta llegar a la clase, decorada con un montón
de murales, de dibujos, un gran tótem de papel, más alto que todos los niños,
junto a la ventana. El paisaje continúa con una pizarra de toda la vida junto a
un reproductor de música y un ordenador.
En el otro extremo del ventanal, hay una mesa
con un bonsái y unos trozos de patata que, puestos en agua, empiezan a
germinar. Allí se sentarán algunos niños, lupas en mano, a investigar. Otros,
en un grupo de mesas (como explicaba Palacios, hay tres bloques de varias mesas
unidas) harán formas con la plastilina; otros pocos decorarán con series una
espiral dibujada en un papel que luego recortarán dejando el resultado como una
serpentina; "Yo hago sol-corazón, sol-corazón", dice una alumna con
entusiasmo. "Yo una muy difícil: cuadrado, triángulo, círculo", añade
otro, orgulloso. Los últimos se dedican a coger una tarjeta con una palabra
escrita y a descubrir, dando palmas, cuántos sonidos-sílabas tiene cada una.
Durante aproximadamente una hora harán por turnos todas las actividades.
Aunque alguno parece aburrirse un poco, otros
se ríen con entusiasmo, y hay una discusión, en general parecen pasarlo bien,
si bien da la impresión de que a alguno de ellos se le estuvieran acabando las
pilas. "Pasan aquí muchas horas. Los hay que llegan a las 7.30 a desayunar
y se van a las 18.00", dice Pilar. Y, aunque intentan efectivamente hacer
las cosas de otra manera, se quejan de esa falta de flexibilidad, por ejemplo,
que se tenga que romper la clase por narices para ir a inglés.
Hay muchos niveles de flexibilidad, y la
normativa y la organización de los centros lo permiten hasta cierto punto, y
aunque existen esos profesionales que intentan hacer las cosas de otra manera,
se trata de un porcentaje que no es "representativo de la mayoría y, en
cualquier caso, la sociedad no lo aplaude", asegura José Antonio Fernández
Bravo, experto en didáctica de las matemáticas y autor de varios trabajos sobre
los contenidos en la educación infantil. Fernández insiste en la presión social
que imprimen los padres: "Estamos obsesionados con subir el nivel y nos
creemos que eso consiste en adelantar contenidos, pero no lo es. Está
demostrado, incluso neurológicamente, que a esa edad lo más importante es
fomentar el querer aprender".
En educación hay muchas pescadillas que se
muerden la cola y ésta podría ser una de ellas. Entre informes Pisa que causan
estupor y enfado general porque la educación española no da los resultados que
a todos les gustarían, los profesores de primaria se quejan de que los niños
llegan de la infantil sin saber lo suficiente; los de secundaria se quejan de
lo mismo con respecto a la primaria y los de universidad, ídem de ídem. Pero,
entre quejas entrecruzadas y manoseadas, ¿y si resulta que el problema de raíz
es que nos estamos saltando pasos? ¿Y si resulta que a Sara se le ha perdido la
primavera de verdad?
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